En esta vida no nacemos enseñados, por eso el proceso educativo es tan costoso y dura toda la vida.
Para aprender cualquier cosa hay que practicar para llegar a conseguir determinadas hitos y conductas.
En este sentido las normas que nos regulan resultan indispensables para aprender y para consolidar comportamientos.
Las criaturas entienden esto enseguida y cuando entran a la escuela por primera vez, enseguida se dan cuenta que hay unas normas que hay que cumplir porque la convivencia con los otros así lo exige. Y si saltarse la norma está penalizado, habrá que asumir el error acatando las consecuencias que nuestro incumplimiento comporte.
Así pues, las normas estarán presentes a la vida de las criaturas desde el instante mismo en que nacen: a la clínica, en las casas, en las escuelas, a la localidad donde vivimos... Por lo tanto, es importante que los padres, desde el inicio pacten y marquen la normativa que pretenden conseguir dentro del ámbito doméstico y que irán modificando a medida que pasen los años en función de las necesidades de cada edad.
Qué hay que tener presente?
- Hay que establecer normas claras en función de cada edad. Pocas, pero muy delimitadas.
- Hay que explicar que nuestros actos siempre comportan una serie de consecuencias; por lo tanto, hay que pensar antes de actuar y, sobre todo, prever posibles imprudencias.
- Hay que priorizar. Los niños son niños y no pueden hacerlo todo bueno. Tenemos que decidir qué normas consideramos innegociables y hacer entender que su incumplimiento comportará consecuencias.
- Las consecuencias tienen que estar muy claras desde el principio y tienen que ser asumibles. Si decidimos que el uso incorrecto del móvil supone pasarse un día entero sin él, hace falta que seamos capaces de asumir el que esto comporta, porque si no, la normativa pierde credibilidad y nosotros, también.
- No tenemos que ceder a chantajes. Es bueno que nuestro comportamiento de adultos sea un referente y sirva de ejemplo; pero también disponemos de unos privilegios que las criaturas no tienen por qué disfrutar. El concepto de injusticia que tan a menudo esgrimen los niños y adolescentes a las casas no nos tiene que hacer dudar.
- Hay que recordar que cada casa es un mundo, y cada cual tiene que encontrar la manera de hacer que mejor se ajuste a su realidad y en sus valores y prioridades. Evitamos juzgar como hacen de padres los otros, o compararnos con ellos. Tenemos que ser basta humildes para no creernos los mejores y bastante seguros para confiar en nuestras decisiones, porque al fin y al cabo, todo el mundo ejerce la paternidad el mejor que sabe o puede. Y no siempre resulta sencillo.
- Hay que enfocar las normas como un beneficio por la convivencia. Los niños tienen que entender que su incumplimiento, puede perjudicar a terceros. Cuando esto pase, las disculpas son necesarias, pero no siempre son suficientes; en estos casos, las disculpas tendrán que ir acompañadas de un acto que mire de reparar aquello que no hemos acabado de hacer bastante bien.
- Y sobre todo, tenemos que conseguir que las criaturas entiendan que el incumplimiento de los otros no tiene que justificar que ellos tengan que hacer el mismo. Lo cual resulta terriblemente complicada, os lo aseguro.
En definitiva...
Enseñar a los niños a ser conscientes que sus actos generan consecuencias, es una tarea que hay que empezar cuanto antes mejor, porque son muy capaces de entendre-lo.
Los maestros somos conscientes del esfuerzo que supone este planteamiento. Aunque muchas veces no resulte nada sencillo llevarla a cabo.
En definitiva, que las normas de comportamiento son necesarias para vivir en sociedad.
Establecerlas y hacerlas cumplir no es una tarea nada agradecida y comporta un desgaste.
Por eso es importante no desanimarse si alguna vez caéis en la incoherencia o el agotamiento os supera. No os preocupáis. No somos infal·libles. Verbalitzeu vuestro cansancio y retomáis la actitud firme enseguida que podáis. Y confiáis en vuestros hijos. Ellos enseguida captan qué se puede hacer y que no. Es más, tienen muy claro qué los dejamos hacer y que no. Y por muy pequeños que sean, enseguida entienden por qué no los dejamos hacer determinadas cosas. Así que no os dejáis impresionar por sus quejas continuas y por sus enrabiadas. Si no cedéis, todos saldréis ganando.