Las emociones nos mandan, nos traen, nos delatan y en ocasiones hablan aquello qué queremos esconder. Todo está conectado, pensamos o sentimos (o al revés) y nuestro cuerpo reacciona y temblamos, tenemos dolor de estómago o nos ponemos rojos.
Como un caballo salvaje se nos escapan de las riendas y hacen que nuestras vidas cojan un rumbo no previsto y no deseado. Pero también nos hacen aligerarnos, comunicarnos, entender sin hablar.
En la mediación de conflictos nos movemos en dos ejes; la comunicación y las emociones. Su gestión definirá las relaciones interpersonales. Por eso, como en todo, va bien conocer para entender y sobre todo, para hacerte entender.
Cuando pienso en emociones, pienso en las primarias; tristeza, alegría, miedo e ira. Cada una de estas emociones traen emparejados gestos corporales y reacciones fisiológicas que delatan el qué uno está sintiendo. Así pues, la alegría tiene la sonrisa y la explosión de energía y por el contrario, la tristeza se demuestra con lágrimas, la cara abatida, la mirada baja, la carencia de energía y la necesidad de refugio.
El miedo se demuestra con la apertura de los ojos (al igual que la sorpresa) para que entre la información de forma rápida. A la vez, empal·lidim porque la sangre es desplaza hacia las extremidades para poder correr. Esta fuga sanguínea también pasa con la ira. En este caso, la sangre va hacia los puños...para picar muy fuerte!
Estos gestos y estas expresiones corporales, hablan por nosotros y se hacen entender, sólo hay que tener los ojos muy abiertos.
Pero las emociones también engañan. Muchos golpes son una carcasa de protección tejida por los miedos o por las creencias. Pienso en un cuento que siempre me ha encantado que habla de empatía, de ver más allá y de entender que aquello que voces, puede esconder mucho más.
El cuento dice así:
Un golpe la ira y la tristeza se estaban bañando en un lago. La ira, espitosa, rápida cómo de costumbre, se refrescó e impetuosa salió del lago. Con un revuelo cogió la ropa, se vistió y marchó. Con calma, despacio y reservando energías, salió la tristeza y se vistió lentamente. Pero ve por dónde! Se habían cambiado de ropas! La ira, con las prisas, iba vestida de tristeza.
De forma que a la tristeza no le quedó más remedio que vestirse de ira.
Por eso, estéis atentos! Cuando veis la tristeza por la calle, pensáis que puede esconder a la ira. Y del mismo modo, cuando veis la ira, amargada y enojada, pensáis que adentro, muchos golpes, se esconde la tristeza.
Y porque se confunden de ropa? Porque nos enmascaramos en el que no somos? Creo que la respuesta es sencilla: mostrarse débil siempre ha sido mal ver. Personalmente, desde que me defino a mí misma como persona sensible, me siento liberada y paradójicamente, más fuerte que nunca. En definitiva y sin perder el hilo, cuando tratamos un conflicto con otra persona, hay que ser observador y leer entre líneas y recordar que las emociones se exudan a través de la comunicación no verbal y que no siempre aquello que muestramos es aquello que sentimos.